Lee la Primera y la Segunda parte de la historia de la familia Climate.

Tercera parte – En la madriguera del conejo

Inspira. Espira. Inspira. Espira.

Arthur cambia de posturas, que van aumentando en dificultad. El tintineo de la lluvia calma sus nervios y le ayuda a serenar la mente. . . y enmascara el sonido de su pedo mientras se inclina para estirar bien la espalda.

Mira rápidamente de un lado a otro para asegurarse de que su mujer no le ha escuchado. Se lo estaría recordando hasta el día del juicio final. Summer también se reiría de él sin piedad. Nicolas se limitaría a imitarle, haciéndole recordar su paso en falso durante días. Como no había moros en la costa, Arthur espira por última vez para terminar la serie. Sale del cenador y deja que le caiga la lluvia encima.

Le encanta la lluvia. Su olor, la forma en la que golpea el tejado, la forma en la que hace que crezca vida en la tierra…

«Te estás poniendo un poco filosófico, Art», se dice a sí mismo en voz alta.

Examina las plantas del jardín y se asegura de que la lluvia está aportando a la tierra los nutrientes necesarios para que nazca la vida. Echa otro vistazo rápido al jardín, empapándose cada vez más y termina bajo su manzano favorito.

«Cariño, ¿entras ya?» grita Janine desde el porche. «Está diluviando».

«¡Sí, un minuto!» responde Arthur.

Todavía con la calma del yoga, Arthur estira los brazos y mira al cielo. Me podría duchar aquí, dice para consigo.

Chasquido. Chasquido. ¡Bum!

El rayo alcanza a Arthur y le deja sin respiración. Su vista se nubla. Todo es oscuridad. Arthur murmulla a Janine que tardará unos cuantos minutos más.

Cierra los ojos.

Un rato más tarde.

Arthur se despierta, pero ya no está en el jardín sino en otro sitio totalmente diferente. La lluvia se ha detenido y el sol brilla. Hay flores por todas partes y no sopla el viento.

El mundo no parece el mundo. Definitivamente, es un sitio poco común.

«¿Dónde estoy?» se pregunta Arthur.

Escucha un crujido detrás de él y gira la cabeza para ver de dónde viene.

«¡Bienvenido, Arthur!» exclama un conejo gigante del tamaño de un Sim.

Su voz era tan aguda como largas sus orejas. Viste con un atuendo anticuado aunque colorido y se balancea adelante y atrás sobre sus patas.

«¡Jajajaja, amigo mío! He dicho bienvenido», repite el conejo. «¡Ven! ¡Tengo que encontrar mis huevos!»

Arthur se levanta lentamente, se rasca la cabeza y mira a su alrededor buscando a alguien que le explique lo que está pasando.

«¿Tus huevos?», le pregunta al conejo.

«Sí, correcto», responde el conejo.

Se pone a caminar en dirección contraria, dando pequeños brincos. Arthur le sigue, y va cogiendo velocidad a medida que va recobrando el sentido.

«Allí hay uno», exclama el conejo. Arthur se agacha y encuentra el huevo. Se lo guarda en el bolsillo y sigue al conejo, que empieza a moverse rápidamente de nuevo.

«¡Allí hay otro! ¡Ay, amigo!»

Y así continúan durante un buen rato. El conejo apunta a un huevo, Arthur lo coge y el conejo lanza pétalos de flores de colores al aire.

Por fin, llegan al final del jardín. El conejo se detiene abruptamente y pregunta cuántos huevos han cogido. Arthur se va a mirar el bolsillo y de repente se cae al suelo. La oscuridad nubla su visión de nuevo. Todo en el mundo, incluido el conejo, se desvanece ante sus ojos.

Otro rato más tarde

¿*Padre? ¿Padre? ¿Me escuchas?», pregunta Summmer que

estaba a tan solo unos centímetros de su cara. Arthur cobra vida con una energía un tanto extraña (y un poco mareado) y observa a su preocupada hija.

«¿Dónde está el conejo?», pregunta Arthur.

Summer mira a su madre. Las dos están perplejas.

«Aquí no hay ningún conejo», comenta Janine,

que tiene cogido a Nicolas, que llora desconsolado por ver a su padre tendido en el suelo.

«Estoy bien, cariño. Estoy bien.», comenta Arthur mientras se levanta.

«¿Qué diablos ha pasado aquí?», pregunta Summer.

Arthur se pasa la mano por el pelo y explica lo del rayo. Acto seguido, empieza a buscar por el jardín. Sabía que el conejo era real. No se estaba imaginando cosas. Y justo en ese momento se toca el bolsillo.

«¿Me creéis ahora?», pregunta con un huevo en la mano.